martes, 17 de marzo de 2009

Once upon in a time

Aquella mañana, todo era animación en la casa grande, desde tempranas horas de la mañana se veían personas ir y venir con jarrones llenos de flores, cintas, manteles, alfombras.

Es que una boda no era cualquier cosa y menos tratándose del benjamín de la familia, habiendo pasado considerable tiempo desde que la casa se vistiera de gala ,excepto en Hanukka, era entendible semejante alboroto.

Las criadas subían y bajaban escaleras de prisa, los niños aprovechaban el caos para escurrirse al patio a jugar pelota poniendo en riesgo la elaborada decoración, la cocina parecía una plaza de mercado rebosando con frituras, latkes, pasteles y entremeses, llevando a la cocinera al borde de un ataque de nervios, mientras se repartía entre el horno, la estufa y el flemático ayudante; quien con su habitual parsimonia observaba imperturbable el barullo, mientras la pobre hacia malabares.

En el segundo piso, las mujeres habían desterrado a los hombres, que aliviados se refugiaron en el estudio del padre a conversar “cosas de hombres” con el rabí Solomon, este había visto nacer y morir toda una generación de Androfski, asistiéndolos en circuncisiones, mitzvah, bodas y funerales, ahora le tocaba oficiar el enlace de Andrei, quien siempre había sido su favorito por su buen humor, inteligencia y nobleza de carácter.

No tuvo una infancia fácil en una Europa donde las persecuciones eran el pan del día, destacado estudiante en la universidad de Varsovia, en una época donde los de su raza no acostumbraban frecuentarla y menos estudiar lejos de sus piadosos padres judíos, que vivían con el temor constante de que su hijo se dejara influenciar demasiado por sus compañeros “gentiles”.

Si hubiesen sabido que estos a duras penas le dirigían la palabra y lo excluían de todas las actividades sociales por su “dudoso” árbol familiar ,habrían estado más tranquilos, sin entender como en una ciudad que se llamaba a sí misma “civilizada”, tenía que quedarse en la pequeña pensión donde vivía los fines de semana porque no tenía amigos con quienes salir.

A veinte años de la horrible conflagración que envolvió a Europa en una encarnizada guerra con sus vecinos germanos, tú creerías que las cosas serían diferentes, que el hombre había aprendido la lección de la peligrosidad de la intolerancia; que en las ciudades del viejo continente, las viejas disputas raciales habían quedado atrás y que los rumores de guerra eran solo eso: rumores. Que la influencia de un solo hombre sobre otros, al punto de arrastrarlos al paroxismo mientras agitaban sus puños con rabia, era una realidad lejana.

Andrei y Rachel se habían empecinado en celebrar su enlace a pesar del lúgubre panorama, corriendo el riesgo de que su alegría se viese empañada por las noticias procedentes del vecino país.

Seguramente, en la sinagoga, una nerviosa Rachel se preguntaba qué le tomaba tanto tiempo al novio para retrasarse, mientras observaba la sonrisita de picardía que bailaba en el rostro de sus hermanas; quienes, por haber pasado por la misma situación, se sentían autorizadas para burlarse de él, la actitud de su madre tampoco ayudaba: iba de un lado a otro, se asomaba a la puerta, se arreglaba el vestido, regañaba a su padre por no pararse derecho, despotricando contra Andrei por no llegar a tiempo.

Con una mezcla de alivio y profunda satisfacción, observó a la novia mientras recorría el pasillo, anhelando el momento de llegar a su lado para decirle lo linda que se veía y pronunciar el tan anhelado sí.

Con la emoción no supo apreciar la música ni la intensidad del momento, sus ojos y su mente estaban puestos en ella, la había amado desde que tenía memoria, aguardando impaciente el día en que unirían sus destinos para siempre, no le cabía duda de que era un instante que había sido escrito en el cielo y ahora por fin estaba a punto de hacerse real.

Lentamente, sin percatarse de lo sucedido, cayó al piso, aturdido, escuchó el sonido de metralla y los gritos de sus compañeros, a lo lejos, las ordenes en el idioma extranjero, un hilillo corría por su camisa, pero no estaba seguro si era sangre o sudor;mientras caía, pensaba como hubiese sido aquel día en la casa grande, de seguro que Rachel habría llegado tarde y él la habría perdonado al ver lo bonita que estaba.

Tosió tratando de encontrar el aire que empezaba a faltarle, sintió como se le escapaba el último aliento y sonrió con tristeza: no vería el rostro amado de nuevo…

Julieta Salazar de la Torre



Mariposa azul

Mariposa Azul

Suavemente alzó el vuelo, abandonando la pequeña margarita sobre la que se había posado momentos antes con el fin de aspirar el aroma del sol que exudaban sus pétalos al viento.
Era un aroma indefinible, como de azahares, viento y mar, no podía definirlo con exactitud, pero tenía la virtud de calmarla cuando se hallaba en un estado de ánimo que ella solía llamar “burbujeante”.
Hizo vibrar la punta de sus alas para encontrar la dirección del viento y seguir una corriente de aire, cuando estuvo segura se dejó llevar, moviendo sus alas acompasadamente, sonriendo cuando los demás miembros del clan levantaban la vista al escuchar la suave melodía que emanaba de estas.
Sus pensamientos regresaron a los días cuando era solo una oruga pequeña y malformada, y se le iba el tiempo anhelando el momento de su transformación, cuando podría finalmente levantar el vuelo y sentir en sus recién adquiridas alas la caricia del sol y de la brisa.
“Girasoles” pensó, mientras enfilaba hacia el campo de flores amarillas dejando atrás a sus hermanas.
Aspiró su aroma una y otra vez con los ojos cerrados, embriagada con el delicado perfume que desprendían las hermosas flores doradas, dejando que su imaginación se perdiera bajo el suave influjo de la esencia del resplandeciente astro.
Sentir la profusión de aromas provenientes del bosque, bañarse en el azul del cielo y tomar del dulce néctar de las rosas, llenaba de significado y le daba sentido a los oscuros días que pasó encerrada en su capullo esperando convertirse en la agraciada criatura de alas azules que era ahora.
Había sido un doloroso proceso, donde la soledad y el temor se mezclaban con el dolor físico producido por la tensión de su cuerpo a medida que se adaptaba al cambio, consolándose con el recuerdo de las hermosas criaturas aladas que danzaban sobre las flores y que pronto serían sus hermanas.
“Un día seré una de ellas” se consolaba cuando se le hacia difícil su vida de oruga, avergonzada por su fealdad ante la vista de su exuberante belleza.
Sentía una mezcla de tristeza e ilusión al contemplarlas, mientras luchaba por sobrevivir al continuo ataque de sus enemigos, el hambre insaciable y su propia lucha interior que amenazaba con destruir sus esperanzas.
Aun ahora, no se sentía segura de su propia valía, se veía a sí misma como torpe, inexperta y demasiado vivaz para su propio gusto.
Al compararse con la gracia y exquisitez de sus hermanas, se sentía como una criatura desmañada, frágil y poco agraciada.
Aunque su reflejo le dijera lo contrario, se negaba a creerle, quizás debido al hecho de haber pasado tanto tiempo siendo insignificante, gris y anónima para el resto de sus congéneres.
“ No para él” pensó admirada y llena de gratitud.
Cada vez que él le mostraba cuanto la amaba experimentaba una extraña sensación, como si no fuese ella sino una desconocida, la que por una incomprensible razón era la dueña de su afecto y su corazón.
“Realmente me ama…” se decía llena de incredulidad.
No podía evitar sentirse así al mirar de reojo su hermosura cuando volaban juntos, al ver como se daban vuelta las cabezas para observarlo, admirando la manera en que se reflejaba la luz en sus alas translucidas azul-violeta.
Perdiendo el aliento cada vez que se encontraba con sus ojos y se veía en ellos, hermosa y encantadora. Asombrada de que la distinguiera entre la perfección que la rodeaba, prefiriéndola entre sus hermanas casi tan bellas como él.
No sabía que él ya la amaba, la amaba desde sus días de oruga, vigilando sus pasos, observándola en silencio.
Había aprendido a amar su valentía y coraje, su inquebrantable determinación de someterse al proceso de cambio y de no permitirse dar la vuelta.
La había visto por vez primera mientras volaba distraído, hastiado de sus hermanos, pagados de sí mismos, orgullosos al saberse hermosos y deseados.
Entonces ocurrió: tropezó con sus ojos resueltos, llenos de esperanza y valor, sintiendo el amanecer de un nuevo día, percatándose por vez primera de los aromas y texturas del bosque que siempre había sido su hogar.
Desde ese momento, regresó para encontrarse de nuevo con esos ojos osados que no alcanzaban a distinguir los suyos, dispuesto a esperarla, antojándosele más bella que cualquiera de las perfectas formas que revoloteaban a su alrededor.
Sabedor de que la amaba y sintiéndose indigno de ella al vislumbrar la hermosa criatura alada en que se convertiría.
“un día llegará su transformación… estaremos juntos…” se consolaba mientras esperaba paciente con callada resolución, amándola de lejos, anticipando el momento con expectativa.
“¡ah…allí estas!…” había estado siguiendo su rastro por todo el bosque, adivinando que la encontraría en el campo de girasoles seguramente perdida en algún ensueño.
Se quedó contemplándola, admirando sus hermosas alas de mariposa azul sin poder creer todavía lo afortunado que era al tenerla.
Lentamente, ella abrió sus ojos al percibir su aroma y volvió a mirarlo como la primera vez, pero esta vez había algo más en sus ojos: amor.
Despacio, se unieron al clan, mientras el dorado astro terminaba su descenso tiñendo el cielo azul, acompañando con la melodía de sus alas el final del día.
Autora: Julieta